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Nada más iniciado el siglo XIX, el general Napoleón Bonaparte se había erigido como Cónsul Principal de Francia: el líder de un país que llevaba más de una década de revolución. Sin embargo, la visión (y la ambición) del Gran Corso lo llevaron, casi cuatro años después, a proclamarse como Emperador de los Franceses. Así, el ascenso de Napoleón se consolida, encontrándose prácticamente en la cima del poder europeo; sin embargo, otros reinos como Austria, Prusia e Inglaterra, la eterna rival de Francia, no verán esto con muy buenos ojos…

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